20140522

1914: Max Weber llega a un faro

Data Estel·lar kinskolors Dijous 20140522

En mensajes anterires, ya pudieron ver alguna imagen de esta obra de Bruno Le Floc'h: Tres destellos blancos fue saldada por 4€ apenas tres años tras su traducción-edición en castellano por Ponent Món (exijo que alguien me hable sobre las decisiones editoriales y sobre si su negocio es vender libros o no) con la siguiente cronología: recibe el Premio René Goscinny en 2004 (humorista, rechaza que pongan premios a tu nombre a menos que se los den a tebeos de risa), en el 2007 lo publica Ponent Món y en el 2009 ya se podía comprar en la librería barcelonesa Continuarà. 

Supongo que sólo Alvaro Pons se enteró de su existencia, porque a otros no nos sonaba hasta el momento de ver que estaba saldado. Aunque el precio de un saldo generalmente es el precio razonable que un tebeo o libro tendría que tener en el mercado de competencia perfecta. 

Noto pocas reseñas, un poco gafapastas, mínimas, o a veces directamente vergonzantes ("ha tardado mucho" ¿3 años es mucho?)... pero, en fin, mejor eso que nada. Incluso alguien pedía más historietas de este autor por parte de Ponent Mon.

¿Mon o Món? Porque es "Mundo" y debería llevarlo (acento diacrítico) pero en los créditos del libro no lo lleva. Sin acento es "mío" ("el meu", "mon"). "Poniente Mundo" pega pero "Poniente Mío" y con un "mío" con un demostrativo poco usado pega poco-nada.

El caso es que es una historieta que transcurre entre 1911 y 1914, y su final coincide exactamente con el del inicio de la Primera Guerra Mundial, como ya destacamos en artículos anterores.

El tamaño 180mm de ancho por 250 mm de alto le va bien a este tomo, al contrario que esas miserias de tomos 'ñajos de Tintín

Los dibujos son muy útiles para desmentir a ciertos profesores de Historia, entre ellos, algunos de Secundaria, que mienten a sus alumnos ("simplifican" no sería un verbo correcto) al decirles que la Revolución de los Transportes con el ferrocarril y la Segunda Revolución Industrial elimina la tracción animal por completo ya en el siglo XIX. Las imágenes de inicios del siglo XX con trenes, antiguos coches o vapores son asumbles pero no así las que saquen caballos o mulas, desmitiendo la realidad económica. Sabadell 1940-1950: aún los vapores (fábricas de vapor) usan como combustible los excrementos de caballos y mulas, recogidos por las calls, y que transportan todo tipo de productos.

Cuidadito, estudiante adolescente, con creerte a los profes de Secundaria, que los carga la nómina. Otra cosa es que les hagas caso circunstancialmente porque te va el aprobado en ello.

Esta historia se cuenta como una carta, con paisajes de la Bretaña que parecen del Oeste americano de las películas, y diríase que es antetodo la llegada de la Administración Pública weberiana, es decir, como la estima Max Weber en sus libros: el Estado se puede legitimar por una organización legal y racional, que es la que hace que la Administración Pública, la mal llamada Burocracia, literalmente "gobierno de los despachos", pero que también es ese ordeno y mando desde las oficinas centrales de París, se extienda y amplifique sus actividades, para dar ciertos servicios a un Estado, que el mismo Weber podría definir como una institución con un "territorio geográfico con población y que ejerce el monopolio de la violencia legítima". 

La Administración Pública sigue el sistema militar prusiano, de órdenes top-bottom, del alto almirantazgo y del responsable o decisor político máximo (el rey, el emperador, el contraalmirante, el ministro, el secretario general) hasta el soldado de trinchera lo que nos sirve para comparar con el esquema de mando de la Primera Guerra Mundial, en el que se mata a decenas de miles de las trincheras por obedecer órdenes de los de arriba, sin más opciones de mejoras las decisiones con revisiones o iniciativas desde abajo. El soldado puede ser el manobra, el albañil, el portero, conserge, administrativo o funcionario de ventanilla.

Esa definición básica de Estado nos sirve para marcar lo que ha ido a hacer el ingeniero francés 14 horas de tren y carromato desde Paris: a llevar el Estado Francés a "una extensión de tierra yerma" (p4v2) donde hay un puerto con marineros bretones que "apenas hablan nuestro idioma" (p5v1), de lo que no nos preocupamos porque el Estado Francés impondrá en pocas décadas el francés oficial, pero que nos sirve para saber que existe población.

Recapitulemos: página 1 (señalada como p3): Francia es el Estado y se había acabado varias horas antes de llegar al puerto bretón y eso pese a la existencia de vías de ferrocarril que extienden el imperio central. Además, en p2 (p4) nos muestra que hay un territorio formalmente francés (la tierra yerma) y en p3 (p5 según Ponent Mon) tenemos a la población, aunque no hable francés.
"El monopolio de la violencia legítima" lo comenzamos a ver en p3v6: el ayuntamiento tiene una bandera francesa, así que es Francia, está bajo la soberanía francesa. Y en p4 [p6 segun el libro] ya el ingeniero nos suelta su misión: construir un faro bajo órdenes del Ministerio (Administración Pública). 

Ese faro se construye en el arrecife Pierre Chauve (Piedra Calva), en medio del Océano Atlántico, un sitio accesible en marea baja, y que por tanto forma parte del dominio continental francés. 

Un faro es tanto un sistema de prevención de accidentes (aunque durante mucho tiempo se usaron para lo contrario: para atraer y robar barcos a la costa) como una baliza que señala el límite del Estado, una forma de dibujar la frontera exterior: a donde llegue la luz es Francia. Interdit de passer. Un anuncio al enemigo. Francia protege su soberanía exterior, no sólo con un ejército de defensa y uno colonial sino con todo lo que tiene a su disposición, marcando sus fronteras, con faros, o con diplomáticos. La protección de su soberanía exterior es una forma de señalar quién ejerce la violencia legítima en ese territorio poblado de marineros bretones. 

El ingeniero lleva el Estado a sus confines en la Bretaña. No sólo existirá formalmente Francia en una bandera de un ayuntamiento de un alcalde que chapurrea francés, sino que además una parte de los habitantes, que "somos marineros, no albañiles", cobrarán del Estado, y, como en la última estación de tren a dos hora de carromato, podrán tocar ese Estado en forma de obra pública como es un faro que los protegerá al salir o regresar de las jornadas de pesca. El Estado se legitima por su acción legal-racional: la ley dice que hay que hacer faros y el reglamento, dónde hay que construirlos, y se lleva a un funcionario para que cumpla esa función de legitimación del Estado.

Es agradable que exista alguna obra de este estilo, pese al pelmazo peaje de los guiones europeos de la relación turbia con la novia del lugar.

El final es la exigencia final del Estado: exige la vida de sus habitantes para ejercer el monopolio de la violencia legítima en la Primera Guerra Mundial.



Evidentemente, el Estado puede exigir vidas sin construir ni siquiera faros.